El hombre, quiera o no quiera, siempre va a ser un animal de rutina, al igual que es un animal social. Aunque sea la rutina de la no rutina. Hasta el no hacer nada implica una rutina. Es obvio que hay personas a las que les molesta más que a otras alejarse de la rutina pero de todas formas todos tienen una rutina. Hasta hay una rutina de despedida. Por ejemplo podría ser ir al aeropuerto, charlar de cosas banales por un rato, hacer el check in y esperar solo al abrazo final para dejar correr unas lágrimas, pero no muchas. También hay una rutina en la comida al dejar lo más rico para el final o cualquier otro rito que uno puede tener.
Lo que a mi me preocupa hoy por hoy es lo rápido que pueden cambiar estas rutinas. Ni bien te acostumbras a lo que te toca, lo aceptas, hay una amenaza de ruptura. Todo cambia, y hay que adaptarse otra vez. El ejemplo más clásico podría ser el de las vacaciones, ni bien te adaptas, asumís que podés hacer lo que querés pero igual te terminás durmiendo y despertando más o menos todos los días a la misma hora y haciendo practicamente las mismas cosas (ir a la playa, almorzar, echarse una siesta, volver a la playa, cenar...) resulta que se terminan las vacaciones y uno vuelve a sus quehaceres originales y cambia de rutina.
Me adapté al segundo semestre de clases y ahora, como si nada, tengo que pelearla para ver si mi rutina va aseguir siendo la misma y todo porque llegó el período de parciales. No quiero verme obligada a tener que cambiar de rutina (eso significaría que no me fue bien en los parciales).
No hay que engañarse, aunque uno jure y perjure que su vida no es rutinaria, está mintiendo. Siempre lo es, aunque sea en lo más mínimo.
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