- Me llamo Lou y tengo un problema. -admití con los ojos vidriosos.
- Bienvenida Lou. - dicen al unísono los otros miembros del grupo de autoayuda.
- Mi historia es simple. Todo empezó hace aproximadamente dos años cuando por primera vez se me descamó una uña. La manicura me explicó que tenía las uñas débiles y me las pintó con brillito. Pasaron unos días se me saltó el brillito, me lo saqué y me olvidé del tema hasta que se me volvieron a descamar, ahora ya no era una uña eran diez. Empecé a desesperar pero pensé: seguro que ponerme un brillo fortificador no puede hacer mal... La solución con mayúsculas no fue pero era mejor que nada... Cada tres días tenía que repintarlas porque se saltaban pero igual, no era grave porque como no era más que brillo sin color no se notaba tanto.
Después llegó el verano y mi madre me compró esmalte rojo para los pies (las madres y las modas o lo que creen que está de moda...). Era verano, yo de vacaciones; empecé a usarlo en las manos. De más está decir que eran esmaltes de mala calidad así que cada tres días a destapar el acetona para repintar... Hasta ahí la adicción estaba bastante controlada, el rojo duró solo en verano. Empezaron las clases, me volví a ocupar y mis uñas quedaron descuidadas nuevamente, solo un brillito fortificador de vez en cuando. Un día fui a la manicura y le hablé de mi problema. Me recomendó una pocíma especial que iba a hacer maravillas, y las hizo, así que mi probelma estaba resuelto pero yo ya era una junkie.
Volvió el verano y las vacaciones en la ciudad y el tiempo libre y el aburrimiento y mi adicción se hizo más grande que nunca. Un día mi madre (a esta altura de mi historia se habrán dado cuenta que tiene mucho que ver con mi situación actual) me compró un esmalte rosado, fucsia mejor dicho y lo probé y me gustó pero claro cada tres días a cambiarlo se ha dicho. Después llegó el magenta y el bordeau y un rojo sangre y un rosa más opaco y mi adicción se fue al carajo.
Empecé la facultad y todo fue muy difícil y la única persona que me habló fue para preguntarme por mi esmalte, así que creí que si tenía las uñas al desnudo nadie iba a dirigirme la palabra y mis años ahí no iban a ser más que un largo silencio. No me sentía cómoda al natural, necesitaba color.
Otro factor importante en mi adicción fue una mala compañía que yo solía tener que tenía problemas más graves que yo con el esmalte. Ella se llegó a pintar cada uña de un color diferente y me alentaba y felicitaba cada vez que tenía un color nuevo en mí.
Una amiga que vive en el extranjero venía de visita durante el invierno y me preguntó qué quería que me trajera de regalo y lo único en lo que pude pensar fue en esmaltes de colores divertidos, cuanto más pop mejor. Me trajo un violeta, un verde y otro azul y me planteó mi problema.
Llegué a disfrutar exhalando el olor a esmalte como si fuera mi cemento. Ella me hizo ver que esto no es normal. Yo no quise aceptarlo. Aseguré que el problema residía en la mala calidad de los esmaltes que tenía y me compré unos de buena calidad (gasté toda mi mesada en ellos). Dejé de salir por un mes por su culpa pero me di cuenta que a pesar de que ahora el cambio era necesario después de una semana, yo quería efectuarlo antes porque quería cambiar el color, me aburría 7 días en el mismo tono...
Otro problema que surgió durante mi adicción es que yo soy una persona muy perfeccionista entonces si una uña está apenitas saltada ya tengo que sacarlas todas y empezar de cero.
Hoy que me di cuenta de mi problema, quiero tratar de solucionarlo. Hace ya tres horas que no me pinto las uñas, ni aspiro esmalte o acetona. Espero que con mi voluntad y su apoyo voy a volver a ser yo, la de antes de las uñas débiles.
- Gracias Lou, una historia muy conmovedora. Realmente muy lindo que hayas compartido tu adicción con el grupo, todos entienden lo que estás sufriendo y lo difícil que fue para vos dar este primer paso. - dijo la coordinadora del grupo con lágrimas en los ojos y muchas ganas de apoyarme en mi lucha.